La balsa de la medusa, revisitada








Los sentidos se educan. Cada vez lo tengo más claro.

Como preludio a esta historia, puedo decirles que tengo un hijo que tempranamente fue considerado por los demás, y en consecuencia por sí mismo, como poco talentoso. Llegó un momento que si, le pedía que tomara un lápiz para dibujar, podía ponerse a llorar de la frustración. Cantaba en secreto, no dejaba que nadie lo escuchara. Su mundo, para los demás, eran los libros y las matemáticas.

Bueno, hubo que salir de ahí, hubo que sanar. Hubo que educar la comprensión de que el arte es mucho más que dibujar bien o mal. Que puede servir para transmitir un sentimiento, para interpretar la historia, en fin, para infinitos otros propósitos. Y que no es solo de ida. Es un proceso de dar y recibir, cada cuadro, instalación, canción, o lo que sea.

Hemos tenido la buena fortuna de poder viajar. Nuestros niños han visto, percibido, sentido, otros lugares, otros mundos.

Hace ya unas semanas, nos fuimos a ver una exposición. “Inoculación” se llama, de un artista chino, Ai Weiwei. Supongo que lo que nos llevó para allá fue la instalación de muchos chalecos salvavidas que cubrió el costado de la biblioteca nacional por un tiempo. Esto de que el arte puede hacerse con objetos triviales nos llamó la atención. Y fuimos. Habíamos solicitado una visita guiada, pero la persona encargada de la misma se presentó como “mediador”. Me gustó el concepto, una persona que iba a facilitar nuestro intercambio de ida y vuelta con las obras, y con la historia que esconden. Tal vez eso es lo que más me gusta del arte contemporáneo, que la obra no es solo lo que vemos, muchas veces es más la historia que relata y como nos conecta con lo humano.

Las obras de Ai Weiwei son peculiares. Apelan a la imaginación y a la creatividad del observador. Relatan algo. Todas. Todas ellas.

Llegamos a una que, hecha de plástico negro, tiene la forma de una gran balsa salvavidas, llena de figuras, del mismo material negro. Estas representan las personas que viajan en ella. Todas con chalecos salvavidas. Algunas, las de los bordes, en actitud erguida. Las del centro, dan la impresión de cansancio, derrota, tristeza. Algunas son pequeñas, como niños.

El mediador nos pregunta qué nos parece, qué nos evoca. Mi hijo sin dudar, le responde: “La balsa de la Medusa”. Silencio. El mediador, sorprendido, repite: “La balsa de la Medusa…”

La Balsa de la Medusa es un cuadro del siglo XIX. Es grande, muy grande, y relata la historia de los sobrevivientes de un naufragio. Impresiona la luz, el color, lo vívido del sufrimiento humano, y también de la esperanza que sigue existiendo aún en las situaciones más difíciles. Y relata una historia, contemporánea a ese pintor, quién, al final, está denunciando una serie de situaciones que llevaron a la “Medusa “ (un barco francés) a naufragar. Y a que los sobrevivientes no fueran encontrados en un plazo adecuado para evitar que la mayor parte de ellos muriera. En una época en que el flujo de información era mucho más limitado ahora, este artista investigó duramente para llegar al resultado. Y ese resultado lo trasciende, hace que, en nuestros días, un niño de 9 años de un país al otro lado del mundo, vea una obra de otro material, de otro formato, que podría parecer completamente distinta, y diga: “la balsa de la Medusa”.

Me sentí contenta. Por ese artista que trascendió. Por mi hijo, que es capaz de ver más allá de lo evidente. Porque en la travesía por las turbulentas aguas de la estructura social que se vuelve muchas veces amenazante para él, hemos logrado, juntos, mantener nuestra balsa a flote, y ver nuevas luces en cada amanecer.






Comentarios

Entradas populares