La espera


   
La sala de exposiciones tiene una luz tenue. Todas las obras que se exponen son de artistas de Latinoamérica. En el suelo, ocupando una gran extensión, hay un continente. Mi primera impresión es geografía, relieve, pero al acercar la mirada, me doy cuenta que son pequeños fragmentos de tela pintada y cosida. Palabras, dibujos, hilos, todo se enlaza y de esta imagen de continental unidad. La paleta es apagada, monocroma, predominan los grises y los azules fríos.
El guía habla. Nos cuenta que la artista no hizo este trabajo sola, sino que involucró a muchas otras personas, que tomaron los fragmentos que ella les entregó, pintaron con sus colores y cosieron pequeños mapas de lo que después constituiría esta gran América del sur. Las personas involucradas fueron gente que estaba en situación de espera. “Donde espera la gente?”, nos pregunta. “Esperan al médico”. Es mi respuesta, inmediata y casi sin pensar. Me mira. Al parecer no es la primera respuesta que suele ser entregada en esta situación. “Llegaron bastante rápido a darse cuenta. Las personas que participaron estaban en salas de espera de Hospitales públicos, en especial del Hospital San Juan de Dios”.




Siento el hospital materializarse en mí. Pasé casi 5 años de mi vida subiendo y bajando las escaleras de sus muchos pisos. Una de las cosas que siempre me produjo desazón era la precariedad de las esperas. No había sillas casi, no había baños. Para el policlínico externo había más comodidad, pero en cuanto a los hospitalizados y pabellones, la gente esperaba de pie en los halls, en las escaleras, donde encontrara un espacio. Y el personal pasaba sin verlos. Recuerdo en particular una espera, en maternidad. Una adolescente estaba en trabajo de parto, y la única persona que esperaba por ella era su abuelita. Una mujer pequeña, encorvada por los años, de mirada atenta. Permanecía de pie cerca de los ascensores. Me habló de su nieta.
Yo era estudiante en ese tiempo, último eslabón de la cadena. Pero me atreví a preguntar si era posible que la señora acompañara a la parturienta en el proceso. La muchacha era menor que yo, estaba sola en una sala blanca, con un monitor que sonaba. Me dijeron que no era una opción. La noche se venía larga, el primer parto no suele ser rápido. Y la señora seguía parada en el hall. Yo seguí trabajando, pero cada cierto rato, la veía, y salía a contarle como iba el proceso. Siempre apurada, porque había tanto más que hacer, y no se esperaba que gastara parte de mi tiempo en informar a un familiar. No siento que haya sido particularmente cariñosa con ella.
Finalmente, ese bebé nació. Todo salió bien. La abuela lo supo, pero no le dije yo, porque me encontraba en pabellón por otro caso. A la mañana siguiente no la vi y el día se me fue en otras cosas.
La mañana subsiguiente, cruzaba yo ese hall, apurada como siempre, cuando de reojo veo alguien que se mueve a toda velocidad en dirección hacia mí. Me alcanza. Es la pequeña mujer, encorvada, de mirada brillante. Me toma de los brazos y me dice: “señorita, quería decirle que usted, es una excelente matrona”. Y me abrazó. Sentí su pequeño cuerpo, su afecto. Y una profunda pena. No me sentía excelente, si siquiera soy matrona. Pero no lo aclaré. No era el momento para eso. Me dejé abrazar y luego la dejé ir entre la gente, para quedarme solo con este recuerdo. Yo no atendí el parto de su nieta. Lo que hice fue aliviar la espera. Sin entenderlo en ese momento, fui con pequeñas luces en medio de la noche que la guiaron en el camino de la espera, hasta la mañana. Nunca la olvido. Tanto me enseñó.

Y entonces, esta obra de arte, que puede parecer tan extraña, está envuelta de sentido para mí. Tantas esperas y tan poco alivio. Tantas esperas que pueden ser infructuosas. Tantas esperas para las que la solución no llega. Tantos se nos van, en la espera.
Es nuestro deber resolver, pero mientras no podamos, al menos podemos aliviar la espera. Tal vez no nos haga excelentes, pero a veces en confortar, hay una luz que se puede reflejar hacia nosotros mismos y hacernos mejores.


Comentarios

  1. Josita... me emocioné mucho con lo que escribiste... aparecen la pena, por como vamos normalizando lo que no es normal y alegría por leer algo que viene de tu corazón...

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