Entre batallas
Estoy en mi lugar feliz del
mundo. De alguna manera, la tierra en que nacemos nos llama y siempre a volver.
Así que aquí estamos. Se escucha el rumor del mar a lo lejos y los pájaros
cantar en nuestra ventana. Mi hijo del medio duerme tranquilo y feliz a mi
lado, lo puedo abrazar y envolver acordándonos de cómo alguna vez fue, cuando
nuestros corazones se escuchaban mutuamente latir día y noche. Fue un tiempo
feliz, ese de esperar. Guardar la vida, sentir que crece. Me pasó 3 veces. Las
3 veces distinto, las 3 veces hermoso. Pero solo con este niño he sentido el
deseo de volver a envolverlo en mí y quedarnos en un mundo donde yo sea su
escudo y su alimento, donde no necesite nada más y todo el daño tuviera que
pasar a través de mí primero si quisiera alcanzarlo. Pero no se puede. Así que no queda más que
dar la batalla, porque cada día lo es, pero también cada noche nos trae la paz
de ser un paso dado. Un paso a la vez. Cada día puede ser una batalla con un
niño como él. Una batalla contra sí mismo, contra la tristeza, contra ser
diferente; contra la frustración de querer pertenecer y no lograrlo. Contra sus
emociones, intensas y desmedidas. Contra su inmensa inteligencia, que lo hace
cuestionar todo. Incluso contra su papá y yo, que le parece que no lo
entendemos. Cuantas veces me parece que piensa que no lo queremos suficiente. O
que cree que nos ha fallado. O se siente completamente solo, aunque esté
rodeado de todos nosotros.
Las batallas se pierden o se
ganan. Hay días en que nos vamos a dormir con la derrota marcada en nuestros
rostros. Hay días mejores, en que nos
acostamos llenos de fe. Hay días en que
nos dormimos abrazados, sin pensar. Su corazón, el mío, con la paz de nuestro
abrazo, y nada más. Como anoche. Ahora él duerme y yo lo miro, miro a sus hermanas,
y me siento agradecida. Pronto nos iremos al mar y dejaremos que nos envuelva y
nos meza. Recordaré mi infancia en estas mismas aguas. Seremos felices y nos
quedaremos hasta que se nos arruguen las manos y los pies.
Ya será el tiempo de volver a
casa, de preocuparnos por las batallas que nos quedan. Ya será el tiempo de que
él encuentre su camino. Y a pesar de tantas cosas difíciles que le han tocado, lo
va a encontrar. Se que no debo ser un escudo para él; que debo ser algo que lo
impulse, que debo ayudarle a buscar las herramientas que le faltan; que debo
traspasarle la fe que tengo, para que él también la tenga, en sí mismo y en lo
que es capaz.
Pero por ahora, lo dejaré dormir.
Lo dejaré soñar. Escucharé los pájaros, dejaré que la brisa salada me acaricie.
Y recordaré este momento feliz cuando las sombras de la pena nos amenacen.
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