Las sábanas
Esto lo escribí hace un tiempo, pero tuve ganas de compartirlo hoy...
Estamos en la playa. Se acabó el paseo, y hay que ordenar. Tengo un montón de sábanas a mi lado que necesitan ser dobladas. Entra mi hijo, buscando algo que hacer mientras ordenamos la casa. No se porqué tiendo a dejar a los niños excluidos del trabajo doméstico, creo que es porque probablemente siento que lo hago más rápido sola. Pero es necesario que aprendan, así que lo llamo para que me ayude a doblar las sábanas.
Doblar las sábanas es un
ejercicio que en la actualidad hago en solitario, pero alguna vez fue un ritual
compartido. Cada persona toma una de las esquinas del lado màs corto. Las junta
y se hace un rectángulo. Luego se sacuden, ondulando en el aire. Después nos
acercamos, como en un baile, uno toma las esquinas que están en alto, y el otro
se agacha a tomar las puntas que quedan colgando. Y se repite el ejercicio hasta
que no se puede doblar más. LE enseño
esta extraña danza de las sábanas a mi hijo. A él le maravilla el movimiento
suave de las sábanas al ser sacudidas por ambos, y veo su carita feliz de
contemplar este extraño misterio de la tela que se desliza suavemente a través del
aire. Su carita, que se parece tanto a la mía. Y recuerdo.
Tuve una infancia feliz, pese a
que la economía no era muy favorable en ese momento. Uno de los paseos
favoritos era ir a pasar días en casa de nuestros primos que vivían fuera de Santiago
. Por supuesto no había pieza de visitas, y era necesario “acampar” en el
living. Todos los días hacíamos las camas. Todos los días, doblábamos las sábanas.
Y aunque pueda parecer raro, esto era divertido,
la danza de las sábanas. Doblábamos las sábanas con mi mamá, o con mis primos,
nos reíamos, conversábamos. En la noche, cuando había que volver a armar la
cama, estábamos atentos para subirnos al colchón y que dejaran caer la sábana
estirada sobre nosotros. O hicieran la cama con nosotros adentro. Súper simple,
casi tonto. Pero lo recuerdo con tanto cariño. No recuerdo que alguien
estuviera apurando, o se enojara porque estábamos entorpeciendo el proceso.
Nosotros éramos niños y la vida era un juego.
Yo tiendo a enojarme cuando las
cosas se entorpecen. Si los niños se demoran, o hacen mal las cosas, y tengo
que hacerlas de nuevo “por culpa de ellos”. Me cuesta soltar. Me cuesta
respirar y decir... "no... no tiene porqué ser perfecto”. Entender que en estas cosas,
lo importante no es llegar antes, sino disfrutar el camino. Seguimos doblando
las sábanas con mi hijo, y después se suma mi niña más pequeña. Su hermano le
enseña, y por supuesto el resultado está bastante lejos de la perfección en lo
que al doblado se refiere. Pero el proceso, fue perfecto. Todas las sábanas
están dobladas, conversamos, nos reímos, y, sin darnos cuenta casi, la tarea
fue terminada.
Josi, me encantó tu reflexión! Esa imperfección termina siendo aimplemente perfecta
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