María




Mi mamá me puso María. María José, igual que ella. De niña nunca me gustó. Me parecía común. Tantas se llamaban María. En la familia, de hecho, somos muchas. Ella pensaba que todas las mujeres debían llamarse María. Así como un prefijo. Por años estuve bastante peleada con María Espinoza. No me parecía que fuera yo.
En la medida que me he ido haciendo más vieja, y, quisiera creer, más sabia, me he ido reconciliando con el nombre. Dentro de todo, es  un nombre que para el mundo occidental, de alguna manera refleja el lado femenino de la divinidad. María, la madre virgen, la que entrega a su hijo para convertirse en madre de todos. Crecí en un mundo dominado por la iconografía cristiana, y cuando de orar se trata, siempre me vuelvo a María para encomendarle lo más amado. Es una tendencia algo pagana, pero me gusta que así sea.
María también representa todo lo humano. La señora que nos vende pan amasado, la que lava la ropa de otros, la que cuida los niños de otras madres, la que te socorre en el cotidiano, también se llama María. Mi hermana y mi madre. Y muchas otras mujeres queridas. Asi como a la ora de orar, me vuelvo hacia María, también a la hora de las necesidades más cotidianas lo hago. Siempre que necesité ayuda hubo alguna María que me dio su mano y me levantó (aunque algunas no se llaman realmente María).
Tal vez de alguna manera, siento que el nombre María es el nombre de todas las mujeres, que nos une y nos abraza. Tal vez debí llamar María también a mis hijas. Pero aunque no lo lleven certificado, en alguna parte de ellas, está, lo dejé escrito, y serán las Marías de otras mujeres cuando sean llamadas a serlo.
En el día de las Marías, dedico este pequeño homenaje a las mías.. ustedes saben quienes son.

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